3 de enero de 2012

La piel que evito

Por Ecaos

Hay dos cosas que siempre hubiera querido en la vida: ser flaco y tener buen oído para la música. Pues resulta que soy un gordo romboide con cuerpo del muñequito de Tin Larín y tengo oído de artillero. Toda la vida estoy a dieta y sigo como marranito en engorda, y no puedo ligar dos notas ni a patadas. Y miren que le echo ganitas, al cabo que la genética –en lo musical porque en lo otro ni modo- debería ayudarme. Mis hermanas cantan rebien y mis hermanos tocan la guitarra. Pues nada, que alguna vez quise aprender a tocar guitarra y no hubo manera, no pasé del circulo de sol ¿Cantar? Ni en el baño y eso siempre me frustra, mucho.

A Pedro Almodóvar le pasa algo similar. Y no es que quiera ser flaco o cantar pasodobles, no. Lo que pasa es que se muere por hacer una película de cine negro y nada más no le da. La forma no le alcanza y el modo se le tuerce.

Ayer tuve a bien ir a ver La piel que habito. Que es la más reciente película del director español más importante de un tiempo para acá. Para la gente de mi generación, y amante del cine, una película de Almodóvar siempre es un suceso. La esperamos con ansias, rogamos porque sea buena, y, aunque la disfrutamos, en los últimos tiempos salimos medio desencantados.