21 de noviembre de 2012

Ya me canso de llorar y no amanece…

Ya me canso de llorar y no amanece…

por Edgar de la Flor @ecaos

Cuando estaba en la universidad cayó en mis manos un libro que cambió mi visión del mito vampírico: “La música de los vampiros” –Lost souls?, su título original- de Poppy Z. Brite, que era como una bocanada de aire fresco en cuanto a historias de vampiros. Y luego, para mí, que había estado por años inmerso en este rollo, me chifló verdaderamente. Aquella muestra de adolescentes, música y toda la indefinición sexual que había hacía un cocktail delicioso e irreversible. Los vampiros ya no serían más aquellos seres acartonados, por ser Dandys o monstruos, si no adolescentes con todas sus broncas y la profundidad que eso implicaba. Personajes tridimensionales en toda su complejidad. Por un tiempo pensé que ya había muy poco que hacer y decir acerca del mito. Qué manera de equivocarme. Algunos años después apareció Sthepanie Meyer –Una gringa de Connecticut, con todo lo que eso implique- y se encargo de echar a perder la Magia.

Esta vieja horrenda era una treintona sin nada que hacer que, un verano del demonio se sentó frente a su computadora y se puso a escribir una cosa insufrible a la que llamó “Crepúsculo”, que es más bien como un fancín barato que nos cuenta una historia que mezcla de manera muy teta el mito vampírico con los hombres lobo y el romance muy barato de novela mexicana. Y, ¡zas! ¡Que a las adolescentes caldufas, traicionadas por la hormonas y granosas les chifla! Y, como todo lo que toman los gringos, lo convierten en un éxito tal que se hace una en una película. Y si una es un cañonazo porque no tres… Y donde caben tres pues entran cuatro. Puaj.

Bueno, pues por fin se estrenó esta semana el capítulo final de la penosa serie de películas chafas dedicadas a un target muy particular, que por cierto es quien si gasta en toda la basura que les venden: las adolescentes. Aquellas que no son capaces de darse cuenta que su mejor amigo, el que les dice que color usar por temporada, no lo hace porque les traiga ganas, si no porque es bien “Fashion” y en dos años más será igual pero tendrá novio.

Y pues nada, que ayer más por un ejercicio de paciencia que por gusto, me lancé a ver “Amanecer parte 2”. Con toda la voluntad que me hacía falta me metí al cine y prometí verla hasta que acabara, aunque con la parte uno puse mi vida en peligro, pues ya estaba buscando que enterrarme en el ojo antes de morir de aburrimiento.

Como era de esperarse, la sala estaba de bote en bote, llena de adolescentes acompañadas de sus mamás. Olía a sudor y perfume corriente, con un toque de calor sexual propio de la edad. En serio no lo entendí. Había como muchas feromonas en el ambiente y me preguntaba quién o qué provocaba eso… Qué difícil de entender.

Cuando empezó la película y salió Kristen Stewart, medio que me quedó claro. Las “tres expresiones”, Bella es todo un trailero, más varonil que sus compañeros, así que en una de esas pues alborotaba deseos que las chavitas aún no podían entender… En una de esas. Pero cuando sale Robert Pattinson y todas al unísono hacen “Aaaaaaahhhhhhhhhhh” me confundí de nuevo. Este fulano, que tiene cara de sufrir alguna tara mental, piensa que actuar es tener un gesto constante de cólico menstrual –Y estoy seguro que él los padece-, carece de toda intención y vive compungido, tiene un color de piel que da repelus – ¡que no es él, que así son los vampiros! ¿Ah, te cae?!- y habla con hueva. Te puedes echar una jeta y el sigue sufriendo hasta porque pintaron su casa de amarillo. Eoww!

Pero faltaban muchas cosas, como la risilla nerviosa de todas las presentes cuando una musculoca de nombre Taylor Lautner se quita la camisa en una escena que por lo menos es homoerótica. Se le encuera al papá de Bella para luego convertirse en lobo. O sea, ¿cómo? Ni a la reyna se le desnudaba para la conversión pero al papá sí. Chale.

Y sólo era el comienzo… Fueron dos horas de una película de humor involuntario, en la que si te reías fuera de tiempo podrías morir despedazado por una turba de muchachitas calientes… Sin querer ser demasiado crítico, diré que no encontré nada que me hiciera pensar que valía la pena. Un guión muy pobre y forzado, salido de una novela paupérrima. Mal actuada. Mal editada. Mal fotografiada. Mal iluminada. Mal coreografiada. Mal montada. Con errores de continuidad. Y la peor parte, con unos efectos especiales que a “El teatro fantástico de Cachirulo” le hubieran quedado mucho mejor. Bueno, sale un bebé digital que en serio da miedo, pero de lo mal hecho que está. Se ve como un empaste malo en una fotografía de por sí mala. Y cuando crece es peor. Le enciman una cara de adulto a una niña, entonces parece de esas fotografías donde se pone la cara de uno en la cabeza de otro y queda algo como un alien. Muuuuy mal, en serio. De las escenas de vuelos, patadas y desmembramientos ya mejor ni hablar. Son lamentabilísimas. Una verdadera falta de respeto para el público que paga un boleto por esa basura… Pero como cuando tienes catorce años no importa mucho pues se aprovechan.

Total que la infame peliculita acabó y Yo agradecí al cielo y todos sus alrededores. ¡Por fin acabó! Libré la prueba! Ojalá nunca más tenga que soplarme algo tan nefasto. Sí, bueno, me he soplado cosas nefastas en la vida, pero eso qué. Y como decía mi abuelo: “Si crees que ya llegaste al límite espera unos segundos”.

Y mientras, las adolescentes salían emocionadas hablando de Edward, Bella y Jacob; del engendrito llamado Renesme y lo “padrísima que había estado la batalla”. Decían que la Meyer debería hacer otro libro, y que por lo menos dos películas más. Fue ahí cuando pensé que se lo merecen. Se merecen todo lo que les va a pasar cuando sean mayores por no aprender a tiempo como es la vida de verdad. Se merecen que su futuro marido ande buscando travestis en la colonia Roma. Se merecen ponerse guangas y gordas. Se merecen a los hijos adolescentes insufribles que van a tener. En serio se lo merecen. Ya era suficiente sufrimiento con las horas dedicadas a los libros y películas que tenían como para pedir más. Y pedir más para quemarse los fusibles con historias de amor tan chafas y mal escritas.

Entonces deseé que Stephanie Meyer muriera. Lentamente. De algo doloroso. O de una diarrea crónica. Al cabo que todo lo que hace es mierda. Así que no le caería de sorpresa. Y recordé “La música de los vampiros” y me dieron ganas de llorar. Y entonces me acordé del gran José Alfredo: “Ya me canso de llorar y no amanece. Ya no sé si maldecirte o por ti rezar”. ¡Chale! ¡Lo que hay que ver!